RELATO SOBRE EL MALTRATO

Hace algunos años escribí una historia que podría haber pasado por un cuento, pero nada más lejos de la realidad. Esa historia era un homenaje a una vecina de la casa de mis padres, cuyos gritos escuché desde pequeña, casi todas las noches, gritos de dolor y de angustia, mezclados con los golpes que le propinaba su marido. Crecí con aquellos gritos al otro lado de la pared del patio de casa, y la pasividad y la indiferencia de todos los vecinos, incluidos mis padres, fue para mí el único ejemplo, el único modelo a seguir. Una de aquellas noches terribles en las que el llanto de aquella mujer y las súplicas me partían el alma de adolescente, le pregunté a mi padre que por qué nadie hacía nada, y él me contestó que eran cosas de matrimonios, y que en los matrimonios nadie debía meterse. Nunca lo entendí, y siempre sentí una pena inmensa por aquella pobre mujer que no tuvo que morir para conocer el infierno. Hoy escribo desde otro escenario. Ahora yo también soy oficialmente una mujer maltratada por un hombre. Antes de que esto llegue a nuestra vida nos creemos infalibles, más inteligentes que todas aquellas a las que les pasa, estamos convencidas de que nosotras sí sabremos elegir a nuestro hombre, de que las otras sin duda son más tontas y se han dejado engañar. Por supuesto eso a mí nunca me va a pasar, porque yo voy a saber reconocer enseguida las señales de aviso en el novio o compañero que elija, porque yo estoy preparada, soy una mujer instruida, sé que existe un gran machismo a veces solapado y otras veces descarado en la sociedad que me rodea, sé que aún perduran y no tan lejos de nosotros, creencias ancestrales transmitidas de padres a hijos, hábitos milenarios, desde que el hombre es hombre. Creencias tales como que la mujer es un ser incompleto, inferior al hombre, menos inteligente e incapacitada para vivir por sí misma, dependiente del macho para subsistir y merecedora de cualquier acto recriminatorio o de castigo, incluido el castigo físico, necesario a veces para enseñarle cuáles son sus deberes y recordarle que no los ha cumplido debidamente. La famosa y no por ello acertada frase de “le ha dado un tortazo, algo habría hecho ella para merecerlo” ha crecido conmigo. Pero yo fui al colegio, y fui también a la universidad. Yo aprendí a pensar por mí misma, asenté mi personalidad, me hice una mujer moderna. Eso parecía ser un escudo infalible para protegerme de las garras de cualquier hombre que quisiera dominar mi vida. Yo pensé siempre que ser una mujer independiente económicamente me alejaba de una de las condiciones para ser candidata al maltrato: podía ganar el pan que comía, no necesitaba vivir bajo el yugo económico de ningún señor. Me sentía una mujer libre, capacitada para elegir correctamente el amor, segura de que por mis capacidades y virtudes propias estaba destinada a encontrar un hombre maravilloso que sabría valorarme y vendría a complementar mi vida, a enriquecer mi mundo, a aportar la felicidad que podía tal vez faltarme para llenar mis días. Yo, con esos pensamientos, me sentía muy lejos de esas pobres desgraciadas que lloran por los rincones de su casa, en silencio, escondiendo sus lágrimas incluso de sus hijos, avergonzadas de ser la diana de las burlas, las humillaciones y los golpes de un hombre. Pobrecitas, es que aguantan porque no ven más allá de su frente, es que son incultas, ignorantes y un poco inútiles, es que no saben imponerse y por eso están sometidas, es que tienen tanto miedo de moverse solas que prefieren aguantar al marido que las lleva y las trae. Pobre de mí. Ignorante yo. Yo, que me definiría como el polo opuesto a estas mujeres, y hoy vivo con un teléfono de emergencia en el bolso, que estoy protegida por la policía, que estoy pendiente de un juicio en el que mi ex marido será juzgado por maltrato, por acoso y por coacción. ¿Sobre quién? Sobre mí, ésta que se veía tan lejos de las mujeres maltratadas. Hoy, con este relato, con esta meditación, quiero reconcialiarme con todas las mujeres maltratadas de este mundo, todas aquellas a las que debo una disculpa por haberlas menospreciado, aunque haya sido inconscientemente, todas aquellas que me parecían seres ajenos a mí, distintos y alejados como si viviesen en otra dimensión, porque ya no son “ellas”, ahora somos “nosotras”. Hoy, la vida me ha traído hasta aquí, y soy una más. Ahora pertenezco a esa dimensión en la que sólo pueden respirar las mujeres maltratadas, pertenezco a ese grupo de mujeres que lloran por los rincones buscando consuelo en la oscuridad. Hoy soy una más, una de “nosotras”. Es muy difícil expresar con palabras una experiencia de maltrato. Por eso, el día que me senté delante de un policía algo escéptico al principio, frío y distante, y me preguntó que por qué quería denunciar a mi ex marido, sentí que me volvía muy pequeñita, que yo no era una mujer como las demás, que a lo mejor me estaba equivocando y tampoco era tan grave lo que me estaba pasando. Sentí que no podía encadenar las palabras para exteriorizar los hechos que atormentaban mi mente, y me vi caer, caer en picado por un precipicio sin fondo. Sentí que estaba sola frente al mundo, que no había nadie para sujetarme, que estaba condenada a convivir el resto de mi vida con mi situación. Sola, sola para siempre. El policía era un hombre joven, acostumbrado a recibir y escuchar este tipo de denuncias. Me dijo que si mi ex marido pasaba la pensión para mis hijos y estábamos divorciados desde hacía años, qué motivos tenía yo para denunciarlo. La rabia que nació dentro de mí al intuir que aquel hombre podía pensar que no había motivos, empujó las palabras hacia fuera, y empecé a hablar, y por primera vez en mi vida dije en voz alta muchas de las cosas que hasta ese momento sólo habían paseado por mi mente, y por primera vez una persona que no era yo, empezaba a saber cómo era mi infierno. Hablaba y hablaba. El policía me escuchaba en silencio. Había también una mujer policía sentada en una mesa que había a mi derecha. Escuchaba atentamente. Yo hablaba, con un nudo en la garganta y otro en el estómago. Tenía ganas de vomitar de escucharme a mí misma. Las lágrimas bañaban mi rostro de mujer moderna. Sentí una gran vergüenza por ser la protagonista de aquellos hechos, hasta tal punto que me quedé para mí muchas cosas que me daba pudor pronunciar, y que aún hoy, en pleno procedimiento judicial, no he logrado sacar de mí. Es difícil, muy difícil precisar el momento o el día en el que todo cambia, ese instante en el que se rompe algo que antes existía. Después del amor, sin saber nunca la razón con certeza, el hombre que duerme contigo se puede convertir en tu mayor enemigo, y vive cada día para machacarte, para humillarte, para empequeñecerte, para hundirte lentamente en un lago de lodo del que cada vez es más difícil sacar los pies. Y sé que sólo una mujer que haya pasado miedo en la cama puede entenderme. Una mujer que tras un día de insultos, de amenazas, da vueltas sin sentido por la casa al caer la noche, haciendo tiempo para que él se duerma antes de llegar ella a la cama, para evitar así que las manos que hace una hora te amenazaban con ira, toquen ahora tu cuerpo sin tu permiso, sin tu deseo, sólo porque esas manos sienten que tu cuerpo le pertenece. Sólo una mujer que ha pasado la noche en vela sentada en un sofá, con el móvil en la mano pero sin poder usarlo, porque él está sentado a tu lado diciéndote que si llamas a la policía no olvides que él está ahí y la policía tarda un rato en llegar, y tú sientes que el corazón va tan rápido que te va a explotar en el pecho. Pasan las horas y ves cómo se toma una copa, y otra, y otra, y sus ojos enrojecidos te miran con odio, y no te mueves. Las dos, las tres, las cuatro de la madrugada. No puedes llorar, porque ni las lágrimas se atreven a salir. Estás tan llena de pánico que no puedes moverte, pero sabes que la presión que hay dentro de tu cabeza no puede hacerte perder el juicio, porque tus hijos están acostados en sus camas, y sientes que si te pasa algo a ti, ellos están perdidos. Por eso no quieres provocarlo más, sólo miras al reloj deseando que pasen rápidas las horas y amanezca, como si la luz del día pudiera protegerte de algo, y lo miras a él, siguiendo cada uno de sus movimientos, soportando sus ataques físicos como si fueses un ser inerte, protestando levemente, en voz baja, sin aliento, con la garganta cerrada por el miedo. Y amanece. Y se levantan tus niños pequeños, y delante de ellos te llama loca, zorra, puta, enferma…y te faltan manos para taparles los oídos, y sientes que te quieres morir. Te preguntas una y otra vez qué has podido hacerle para que te odie de esa forma. Haces un repaso de tu vida a su lado; sabes que has sido una buena esposa, que has cuidado de él, que has lavado y planchado su ropa, que has cocinado cada día, que has parido los hijos que ambos deseasteis tener, que lo has amado mucho, que le has perdonado tanto… Que nunca has protestado cuando actuaba injustamente en casa, que has intentado luchar cada día por salvar tu familia, que has llegado incluso a dejar de ser tú misma para ser la mujer que él quería tener en cada momento. Te gustaría dar la vuelta a todos los espejos que hay en tu casa, para no verte reflejada en ellos, porque te da vergüenza mirarte a los ojos, porque hay algo que se quedó por el camino de ese infierno y sin lo cual no puedes soportarte, la dignidad. Ahora sólo ves en el espejo a la mujer que él te dice que eres, vieja, fea, inútil, torpe, trastornada, y estás convencida de que jamás volverás a ver reflejada a la mujer que un día creíste ser, aquella chica atractiva, coqueta, dulce, inteligente, optimista, vital, y, ambiciosa…¿dónde estás? Después de casi tres horas hablando, miras al policía a los ojos, y callas bruscamente. No quieres seguir. El rostro de ese hombre ha modificado el gesto frío y escéptico del principio. Te pregunta sorprendido por qué has esperado tanto para denunciar estos hechos, te dice que a partir de ese momento ya no estás sola ante el peligro, la maquinaria de la justicia se pone en marcha y será esa justicia quien decida si lo que has vivido es justo o no. La mujer policía solicita inmediatamente una orden de alejamiento y te explica cómo funciona, te da una lista de teléfonos de distintos cuerpos de seguridad para que los lleves siempre contigo y los uses cuando los necesites. Se empeñan en hacerte sentir segura. Una vez leí un cuento de mi admirado Saramago en el que decía que un hombre va al médico y antes de entrar es uno más de los que se cruza por la calle, es un hombre normal que va pensando en si ha dejado el coche bien aparcado, en el trabajo que ha dejado pendiente, es en definitiva como todos los que caminan por la calle. Pero el médico le dice que está muy enfermo y le quedan apenas dos meses de vida. Cuando sale de la consulta y pisa la calle de nuevo se ha transformado. Ya no es un hombre como todos, ya no forma parte de ese mundo, ya no es uno más, porque ya está marcado, ya no está en la misma dimensión que el resto. Cuando salí de esa comisaría, me acordé de aquel cuento, porque cuando me cruzaba con otras mujeres por la calle, me sentía muy diferente a ellas. Desde aquel día fui una mujer marcada, creía pertenecer a otro grupo de personas, y ser diferente por este motivo no me producía ninguna felicidad. Al contrario, sigo sintiéndome avergonzada. Pero sigo haciendo una vida normal a los ojos de los demás. Y acudo a mi trabajo cada día, y me codeo con mis compañeros que no saben nada de los momentos angustiosos que vivo, me daría vergüenza que descubrieran que soy una mujer maltratada, y voy al colegio cada día a recoger a mis hijos y veo a las madres acompañadas de sus maridos, sonrientes, y pienso cuánto me gustaría ser una de ellas, y no sentirme tan diferente. Y me acuerdo mucho de aquella vecina de mi infancia, apaleada durante años, de la que yo me sentía tan lejos, y siento que hoy soy como ella, yo, la mujer moderna y preparada que pensaba comerse el mundo. Pero hay algo que nos diferencia. Mi vecina murió sin saber que podía haber justicia para ella, y yo he podido llegar a sentir que hay alguien ahí fuera que puede o al menos intenta protegerme, que hay unos jueces que te escuchan y piensan que un hombre que maltrata a una mujer debe ser condenado. Por eso hoy no me siento tan sola con mi infierno. Ahora sé de muchas mujeres que viven lo mismo, he escuchado sus palabras y he llorado con ellas, y he recibido sus abrazos de apoyo. Es muy difícil que los demás crean que vives en un infierno con forma de hogar, pero basta para empezar la lucha con que yo misma crea y tome conciencia de que vivo en el infierno del maltrato, porque solamente quien es consciente de que está en un sitio horrible intentará salir de él. Quisiera contribuir de alguna manera, y si es posible con esta meditación, a que ninguna mujer se sumerja tanto en el lodo que nunca pueda sacar los pies para volver a caminar, y quisiera transmitir un mensaje de esperanza a todas aquellas que, como yo, piensan que jamás se librarán de ese yugo. Sé que es muy difícil, que necesitaré mucha ayuda para volver a dormir una noche serenamente, para volver a despertarme una mañana sintiéndome una persona libre, pero nunca perderé la esperanza de lograrlo y pondré todo mi empeño y toda mi voluntad en ello. Si hay algo que me hace sentir especialmente dolida con el mundo, con la sociedad en la que vivo, es la actitud que a veces percibo en los demás, afortunadamente, sólo en algunos, y más tristemente, en algunas. Noto que hay que dar demasiadas explicaciones, que hay muchos que siguen diciendo por ahí que la sed de venganza y el despecho nos lleva a denunciar conductas de maltrato de los que fueron nuestras parejas. He tenido ocasión de leer los comentarios que escriben las mujeres en las redes sociales de internet, respondiendo a los ataques e insultos que deja mi ex marido en ellas. Las mujeres se burlan de mí, creen que él es una pobre víctima de una loca malvada que anda por ahí. Cuando leo esos comentarios no siento pena por mí, ni me siento ofendida, porque yo sé quién soy y quién es él. Pero sí siento pena por ellas, por su poca capacidad para percibir la realidad en la que vivimos, por su equivocado concepto de la justicia, y sobre todo, deseo en lo más profundo de mi alma que ninguna de ellas acabe en sus garras, ni en las de ninguno como él. Mienten tan bien, muestran una cara tan afable al exterior, son tan embaucadores, que pueden hacer una gran carrera de maltratadores a lo largo de su vida y pasar absolutamente inadvertidos. Por eso creo que falta concienciación del problema, tal vez por esa escasa solidaridad que se respira en la sociedad que nos ha tocado vivir. Por ello, cada vez que algunos de los seres que me rodean me dedican una palabra o una simple mirada de apoyo, cada vez que alguno de mis hijos me dice con un abrazo que se siente orgulloso de mi valor, cada vez que un policía o un psicólogo me llama por teléfono para preguntarme cómo estoy, cada vez que observo a un hombre enamorado de una mujer, siento que resurge con fuerza la esperanza de volver a habitar en la mujer que siempre he querido ser, siento que vuelvo a recuperar la fe en mí misma. Pero sobre todas las cosas, hay algo que me hace levantarme cada día con un profundo sentimiento de ilusión en el mañana, y ese algo es que cuando me pongo frente a los espejos de mi casa, veo ante mí unos ojos que empiezan a brillar con una luz especial que estuvo tantos días apagada, la luz que emana de mi dignidad. Entonces sonrío, la miro de frente, y le digo bajito: “bienvenida a casa, te he echado mucho de menos. Y te ruego que no me vuelvas a abaandonar nunca”.

6 comentarios:

MARIANA AGUILERA dijo...

El relato es uno de los instrumentos de sensibilización que deseo utilizar; este concretamente me parece muy adecuado, deja muy claro que el maltrato no entiende de clases sociales, ni de mujeres más cultas o menos,…. Todas lo podemos sufrir.
Las vivencias de esta mujer me parece desgarradora ; pero su respuesta final creo que es de una valentía inconmensurable.

Anónimo dijo...

Opinion personal:
Es un relato muy profundo, intenta transmitir todos y cada uno de los sentimientos que esa mujer paso y la verdad a mi me ha hecho sentirlo como si hubiera pasado por ese suceso. En el relato no pone exactamente cuales fueron sus agresiones pero solo con la manera de explicar que no podia dormir al lado de su marido y los insultos que le decia creo que es suficiente para saber lo durisimo que parece.

Noelia Sánchez 1º G.A

Anónimo dijo...

Es un relato bastante interesante, porque cada día somos mas las mujeres maltratadas. Esta mujer me parece una mujer muy valiente porque a pesar de las agresiones de su marido a conseguido seguir adelante aunque situaciones así se quedan grabada por mucho tiempo.
Hay que tener cuidado con temas así porque aveces pensamos que a nosotros nunca nos va a pasar y alomejor la vida te cambia de un dia para otro.

Ruth dijo...

¿Cómo me siento ahora mismo? Uff, tengo el corazón encogido... Ésta mujer con sus palabras a hecho que mi imaginación vuele y me haga llegar a esa casa donde vivía con maltratador marido y sus niños, esos niños ¡ay dios mio! lo que sufren por culpa de los adultos, luego crecen con traumas que le impedirán realizarse tal y como deberían de haber sido...(por eso hay que evitar hasta el mero hecho de no discutir delante de ellos) por no hablar de esa mujer que puede que jamás vuelva a confiar en un hombre, creo que cuando vuelva a estar a solas con un hombre va a ser tanto el pavor que le entre que no aguantará ni 2 min en la misma habitación, pero a la vez demuestra fuerza, valor, coraje para tirar "pá lante" y luchar por volver a ser quien un día fué. Si tuviera la ocasión de tener delante a ésta Sra, le diría que a sido muy valiente por tener las agallas suficientes para ir a la policía y denunciar, que mas vale tarde que nunca, que gracias a dios la sociedad se está dando cuenta de la pesadilla que viven tantas mujeres en éste país, que tenemos muchas personas que nos protegen y nos ayudan. Desde aquí hago un llamamiento a todas esas mujeres que sufren en silencio, que temen, y tantas muchas más cosas, que recojan fuerzas de donde las haya y se animen a denunciar cualquier tipo de maltrato, ya sea propio, ajeno, fisico o psiquico. Mi aplauso para todas ellas y en especial para la autora de éste relato por que ha hecho que me conmueva.

Tania Mateos Naranjo 1º GA

MARIANA AGUILERA dijo...

Tania tu reflexión es de lo más acertada, coincido contigo en todas tus reflexiones ,y por supuesto en tus calificativos a la autora del relato

margarita herrera dijo...

Comentarios. Relato sobre el maltrato:
¡Vaya!
Que decir, que opinar, difícil muy difícil.
Ella lo plantea prácticamente todo, ya que posiblemente pienso lo mismo que ella antes de que le sucediera todo. La experiencia me dice que nunca sabes lo que te puede pasar. No sé desde donde arranca la cadena que la lleva a no salir de la espiral en la que se encontró.
¿El profundo amor o enamoramiento hacia él?
Que fácil seria para mi desde mi situación, que yo posiblemente, de la manera que se me ocurriera, devolvería el “golpe”.
Lo que si tengo claro es que esta sociedad avanza muy deprisa y las personas no estamos preparadas para adoptar los cambios tan importantes que se están dando sobre todo para las mujeres. Yo fui criada en total desigualdad con mi hermano, he luchado y me he revelado siempre, pues desde pequeña me parecía muy injusto. Mi madre ha sido consiente pues cuando tuve a mis hijos me dijo “No vayas a querer mas a la niña que al niño”. Creo haber contribuido un poco al criar a mis hijos en igualdad de condiciones e intentar que se respeten y espero que a mis hijos puedan ejercer sus derechos sin que nadie les prive de ellos.
Los hijos son la consecuencias de los padres y del entorno, todo el entorno que les rodea, que influye en su desarrollo personal.
Las salidas las da ella en su relato.