jueves, 29 de enero de 2009

Relato sobre la paz

UN DÍA PARA LA GUERRA.

Aquella tarde Nairam estaba inquieta. Había propuesto en su asociación cultural organizar una jornada dedicada a la violencia y, aunque conceptualmente sabía qué significaba aquel término, no acababa de ocurrírsele cómo desarrollarlo con actividades que pusieran en evidencia ante su comunidad el verdadero alcance de la cuestión. Al día siguiente debía reunirse con el grupo de personas que se habían comprometido en el proyecto y, aunque ella ya había rechazado varias ideas propias, no tenía aún ninguna que pudiera expresar de forma novedosa la verdadera dimensión del concepto “violencia”.

Había pensado en conferencias, mesas redondas, coloquios; pero quería llegar más allá de las palabras, porque sus convecinos tenían bastantes conocimientos del significado de los conceptos “violencia” y “guerra”. Sabían, a través de los estudios del pasado, que en tiempos remotos seres supuestamente inteligentes, pobladores de su planeta, habían tenido guerras muy sangrientas y crueles por motivos muy diversos, unos relacionados con creencias en dioses distintos; otros por el afán de dominar territorios en los que ya vivían seres como ellos por los que no mostraban ningún respeto; otros por la explotación de los débiles por los poderosos; también por la implantación de gobiernos tiránicos, o simplemente por odios incompresibles de unas comunidades, que llamaban naciones, hacia otras, entre cuyas gentes no había habido nadie capaz de dialogar para no llegar a la violencia, y si en algún caso hubo alguien con esa intención, le habían acusado de traición y encarcelado o ejecutado de las formas más crueles para que sus ideas no se extendieran.

Pero todo eso pertenecía a generaciones ya fosilizadas, a un pasado muy remoto del que habían aprendido una definitiva lección: esas situaciones no se deben repetir, porque no hacen bien a nadie y causan muchos y grandes males. Por eso ella pensaba que estaría bien recordar en su tiempo aquellos horrores a modo de vacuna contra ellos.

Del mismo modo Nairam sabía que, para evitar conflictos, esas gentes de muchas generaciones atrás, habían aprendido poco a poco que la buena convivencia, la que había conducido a la convivencia en paz, consistía en tener en cuenta a los demás cada vez que se actuaba, es decir, en no realizar una sola acción que pudiera perjudicar o marginar a alguien o serle ofensiva, así como en el respeto mutuo de las formas de vida y pensamiento.

Habían aprendido también a afrontar sus responsabilidades, y a no culpar a los dioses de sus propios actos, ni a pedirles aquello que ellos mismos podían realizar usando la capacidad de raciocinio y la buena voluntad de que estaban dotados. Tenían que salvarse a sí mismos y no esperar a ser salvados por un dios o por un líder. Y debían hacerlo mediante la colaboración, la solidaridad, la participación, el respeto, el diálogo...

En estos recuerdos del pasado aprendido en sus estudios se debatía Nairam, cuando se le ocurrió proponer a su grupo la realización un “día de la guerra”, para que el resto de su comunidad percibiera en vivo el verdadero alcance y horror de esta tragedia de los tiempos remotos. Así lo propuso al grupo de colaboración y encontró en él varios apoyos entusiastas, pero fueron mayoría los miembros del mismo que se mostraron escépticos y hasta abiertamente contrarios a la idea.

Se preguntaban éstos cómo resucitar las formas de pensar y sentir de seres fosilizados. Porque hacer una representación teatral de la guerra era algo posible, pero poco significativo de lo que verdaderamente suponía, y para hacer una guerra auténtica ¿dónde encontrarían a alguien capaz de sentir odio para enfrentarse a otros de forma violenta? ¿Dónde habría marginados que pudieran reclamar violentamente justicia? ¿Dónde pueblos sometidos y explotados por otros? ¿Dónde tiranos contra los que rebelarse en armas? ¿Dónde las armas mortíferas, que ya sólo se conservaban guardadas en vitrinas de museos del horror?

Después de dar muchas vueltas a estos interrogantes y otros de la misma índole, sin encontrar respuesta, la mayoría de los miembros de grupo concluyó que lo que proponía Nairam era una UTOPÍA.

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